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Tengo los ojos abiertos...
Una larga carretera se extiende hacia adelante... la recorremos a bordo
de una caravana. Mi padre y mi madre me miran desde la parte delantera,
mientras yo, un niño, juego en la parte trasera con mi perro... Mi perro... Lo
miro y recuerdo su nombre: Ceres. Da vueltas y vueltas intentando coger una
cuerda con varios nudos que yo le tiro una y otra vez.
Delante de nuestra caravana, una larga comitiva de
muchos otros vehículos, algunos de ellos grandes y pardos con las siglas U.E.N.
También hay camiones cubiertos, grandes y pesados, con las ruedas tan altas
como un hombre, que me gustan y me intrigan.
-¿Qué llevan esos, papá?
-Esos llevan todo el equipo,
además de comida y bebida.- responde mi padre sin quitar los ojos de la
carretera. Tiene barba y el gesto muy serio.
Mi madre le toca un brazo, y él ladea la cabeza.
-También llevan juguetes.- dice
ella, y yo abro unos ojos como platos.
-¿Juguetes? ¿En serio? ¿Y cuándo
nos los darán?
-Cuando lleguemos, hay que ser
paciente y bueno.
-Vaaaaya, juguetes... ¿Y dónde
vamos?
-Lejos, muy lejos.- dice de nuevo mi
padre. De la mejilla de mi madre se descuelga una lágrima... no me doy cuenta
hasta ese momento que está
llorando...
Cierro
los ojos y la imagen se va. Sé que esas personas fueron mi padre y mi madre...
lo siento así. Pero no los “recuerdo”. Simplemente tengo esas visiones de vez
en cuando, en cualquier momento, vienen a mi cabeza sin más.
-Hijo, ven a comer- dice mi madre desde el porche de una casa...
Agito la cabeza con fuerza. La
imagen se va. Cada vez son más frecuentes desde que me desperté.
Mi despertar... otra cosa más para
la lista de “averiguar cuando sea posible”. El primer recuerdo que tengo es del
Buscador mirándome extrañado, hace un día y medio. Antes de eso hay algo, pero
muy difuso, muy borroso, un deambular caótico y desesperado, objetos cayendo,
puertas abriéndose, un montón de caídas al suelo, sed y hambre, y un sabor raro
en la boca, en la nariz, en los ojos... No sé de dónde vengo, pero tengo la
impresión y casi la certeza de que no quiero volver.
-Tengo
que contarte algo. –mi madre sujeta mi cara entre sus manos...
–Tienes que espabilarte, tenemos que salir de aquí.
Había pasado bastante tiempo desde que el gigante descendiera a dar de comer a sus bestias. Ahora volvía a subir, nauseabundo y lleno de porquería... para cuando volvió a meterse en su tienda, nosotros estábamos en la entrada de la sala, muy poco dispuestos a compartir con él nada, y se dio cuenta.
-Haced lo que queráis, pero piénsalo, terhin, no eres tonto... años aquí abajo, años. Ahora ya no puedo irme. –nos miró desde lo alto de la pasarela, envuelto en sus ropajes ahora sucios y raídos. Parecía un fantasma de los cuentos de “Después del Fin” que de pequeños oíamos de los Padres. –Hago lo que hago porque tengo que hacerlo: es mi único medio de vida. Haced lo que queráis. –dijo por último, dándose la vuelta, con la tétrica luz en la mano, de vuelta a la tienda.
Con la luz que
me había dado, Tres y yo volvimos no sin cierta dificultad a la sala circular.
No me atreví a explorar ninguno de los ramales que partían del túnel principal,
menos después del espectáculo que habíamos presenciado abajo. Permanecimos
alejados de los cadáveres que se apilaban junto a la puerta...
-Bueno, hemos sobrevivido, y ese tío de ahí parece haberse
relajado un poco. –le dije a Tres para tranquilizarlo. –No podemos subir de
nuevo por la galería: la Tormenta debe estar ahora en todo su apogeo, y durará
al menos un par de días. Tenemos que aguantar aquí, o explorar los túneles...
-¡No pienso hacer eso!
-Veremos lo que pasa con nuestro anfitrión, tenemos que
vigilarlo, no podemos confiar en él todavía y menos después de lo que hemos
visto.
Tenía mis
armas, tenía el frontal y nosotros éramos dos. En caso de que las cosas se
pusieran feas, no me iba a coger desprevenido otra vez. Había cometido una gran
torpeza en nuestro primer encuentro, pero no se volvería a repetir... aunque
había una cosa que no me gustaba lo más mínimo.
-Tres, cuando el gigante nos dijo en esta sala que nos
estuviésemos quietos... ¿qué pasó? De pronto me dolía la cabeza y tenía la boca
seca.
Tres parecía
desconcertado, no recordaba bien, pero de pronto cayó en la cuenta, se separó
un poco de mí, y me miró de reojo.
-¿Cuando te preguntó por todas esas cosas?
-¿Qué cosas? De pronto dijo que no corríamos peligro... pero
había ocurrido algo...
-Espera, espera, no, no fue así. Estuvisteis hablando... –no podía
creerlo –largo rato, y yo permanecía callado todo el tiempo. De hecho, no
entendí por qué le contabas tantas cosas.
-¿Que le conté qué? ¡¡Yo no abrí la boca!! –me sentía mareado,
no creía lo que decía Tres, no podía ser.
-Sí, te hablaba muy rápido, y tú contestabas ¿Cómo es posible
que no te acuerdes?
Me senté en el
suelo, me miré las manos, me tapé los ojos... seguía mareado.
-¿Qué le conté?
-Déjame un momento... le dijiste dónde está el Refugio 107,
cuántos sois, cuántas armas tenéis, quiénes son los Padres y si habéis tenido
trato con mutantes.
El mareo iba a
peor, tuve que tumbarme en el suelo. Tuve la sensación de que estaba al borde
de un precipicio, de que ya había hecho algo que no tenía que haber hecho, y no
podía remediarlo...
...o sí podía
remediarlo. Aun mareado me levanté del suelo, encendí el frontal, las calaveras
de los muertos sonreían.
-Quédate aquí, Tres, volveré en un momento.
Me dirigí de
nuevo al túnel, se estaba formando una determinación en mis manos, que
aferraban la Defender con fuerza. Apreté los dientes: iba a dejarle claro a ese
tipo algunas cosas.
-¡Espera! –Tres casi había gritado –Hay algo más que le dijiste.
Puso mucho énfasis en enterarse de eso.
-¿Qué?
-Cómo y por dónde entrabas al 107.